jueves, 29 de junio de 2023

EL RELOJ MUDO DEL PATIO DEL HOSPITAL DE SANTIAGO.

 

Patio  del Hospital de Santiago y Fachada de la Capilla. Foto de Tomi Barrionuevo. En la Actualidad

Juan Ángel López Barrionuevo

A quienes nos ha tocado vivir en el siglo XX, y las primeras décadas de este siglo XXI, nos puede parecer que la medida del tiempo siempre ha consistido en mirar el aparato de mecanismo artificioso que se suele llevar como pulsera. Es un gesto que se ha hecho familiar. Si acaso el reloj se para - cosa muy rara en los últimos tiempos - conectamos la radio. En medio de la programación, entre noticias y música, se oyen varios pitidos breves seguidos de otro más largo. Esa es la hora en punto, exacta, que entrega la señal horaria que trasmite el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile

La medida del tiempo y, sobre todo, la utilización de relojes como los actuales se ha logrado tras muchos siglos de trabajos, estudios y de pruebas con aparatos de muy diversos tipo.

Así desde tiempo inmemorial, el hombre ha tratado de contabilizar el paso del tiempo para organizar nuestra vida y ordenar nuestro destino. Las civilizaciones antiguas lo hacían ligándolo a la alternancia del día y de la noche, así como a los ciclos de la Luna. Pero poco a poco el ingenio de nuestros antepasados fue creando aparatos capaces de fraccionar los períodos de luz y tinieblas con exactitud creciente.

Primero fue el reloj solar, que indicaba los momentos del día gracias al movimiento de la sombra del Sol sobre una superficie plana, con un cuadrante. Los arqueólogos descubrieron que los chinos lo usaron unos 3.000 años antes de Cristo, empleándolo también los egipcios y los incas. Claro que éste no funcionaba de noche ni en días muy nublados, y tampoco en el crepúsculo o el amanecer. Además, los cuadrantes tenían que modificarse según las diferentes latitudes terrestres por variar la inclinación de los rayos solares, y la medición en general no era muy segura porque la duración de los días es distinta en cada época del año. Relojes de sol similares lo encontramos en Úbeda, en numerosos inmuebles como el Hospital de Santiago, Convento de la Victoria, Casas del Concejo, Iglesia de San Nicolás, Iglesia de El Salvador…

Alrededor del siglo III de nuestra era, cuando el hombre pudo por fin dominar el arte de la elaboración del vidrio, apareció por fin el hoy famoso reloj de arena, con dos recipientes unidos por una estrecha garganta. La arena debía estar completamente seca y encontrar mecanismos que impidiera humedecerse, puesto que sin estos requisitos el reloj de arena ya no funcionaba normalmente.

Bastante tiempo hubo que esperar para que las maquinarias comenzaran su reinado. Hacia el año 1300 estos mecanismos ya eran habituales en los relojes de algunas iglesias europeas, al punto que el reloj de este tipo más antiguo que se conserva todavía en buen estado de funcionamiento es el de la Catedral de Salisbury, Inglaterra, instalado en el año 1386.

Sin embargo, el reloj de pesas ganaría eficiencia con el descubrimiento de la Ley del Péndulo, enunciada por Galileo Galilei hacia el año 1600. Gracias a esto, el matemático y físico holandés Christian Huyghens aplica el péndulo en los relojes con curva cicloidal en 1650, aplicando este sistema sobre un reloj de pared.

Ya entonces, sin embargo, habían pasado unos cien años desde los primeros relojes a cuerda inventados en la ciudad alemana de Nuremberg, lo que permitía la construcción de relojes portátiles. De esta época viene la fama de Ginebra como célebre centro relojero.
A quienes nos ha tocado vivir en el siglo XX, y a principios de este tercer milenio, nos puede parecer que la medida del tiempo siempre ha consistido en mirar el aparato de mecanismo artificioso que se suele llevar como pulsera. Es un gesto que se ha hecho familiar. Si acaso el reloj se para - cosa muy rara en los últimos tiempos - conectamos la radio. En medio de la programación, entre noticias y música, se oyen varios pitidos breves seguidos de otro más largo. Esa es la hora en punto, exacta, que entrega la señal horaria que trasmite el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile

La medida del tiempo y, sobre todo, la utilización de relojes como los actuales se ha logrado tras muchos siglos de trabajos, estudios y de pruebas con aparatos de muy diversos tipo.

Así desde tiempo inmemorial, el hombre ha tratado de contabilizar el paso del tiempo para organizar nuestra vida y ordenar nuestro destino. Las civilizaciones antiguas lo hacían ligándolo a la alternancia del día y de la noche, así como a los ciclos de la Luna. Pero poco a poco el ingenio de nuestros antepasados fue creando aparatos capaces de fraccionar los períodos de luz y tinieblas con exactitud creciente.

Primero fue el reloj solar, que indicaba los momentos del día gracias al movimiento de la sombra del Sol sobre una superficie plana, con un cuadrante. Los arqueólogos descubrieron que los chinos lo usaron unos 3.000 años antes de Cristo, empleándolo también los egipcios y los incas. Claro que éste no funcionaba de noche ni en días muy nublados, y tampoco en el crepúsculo o el amanecer. Además, los cuadrantes tenían que modificarse según las diferentes latitudes terrestres por variar la inclinación de los rayos solares, y la medición en general no era muy segura porque la duración de los días es distinta en cada época del año. Relojes de sol similares lo encontramos en Úbeda, en numerosos inmuebles como el Hospital de Santiago, Convento de la Victoria, Casas del Concejo, Iglesia de San Nicolás, Iglesia de El Salvador…

Alrededor del siglo III de nuestra era, cuando el hombre pudo por fin dominar el arte de la elaboración del vidrio, apareció por fin el hoy famoso reloj de arena, con dos recipientes unidos por una estrecha garganta. La arena debía estar completamente seca y encontrar mecanismos que impidiera humedecerse, puesto que sin estos requisitos el reloj de arena ya no funcionaba normalmente.

Bastante tiempo hubo que esperar para que las maquinarias comenzaran su reinado. Hacia el año 1300 estos mecanismos ya eran habituales en los relojes de algunas iglesias europeas, al punto que el reloj de este tipo más antiguo que se conserva todavía en buen estado de funcionamiento es el de la Catedral de Salisbury, Inglaterra, instalado en el año 1386.

Sin embargo, el reloj de pesas ganaría eficiencia con el descubrimiento de la Ley del Péndulo, enunciada por Galileo Galilei hacia el año 1600. Gracias a esto, el matemático y físico holandés Christian Huyghens aplica el péndulo en los relojes con curva cicloidal en 1650, aplicando este sistema sobre un reloj de pared.

Ya entonces, sin embargo, habían pasado unos cien años desde los primeros relojes a cuerda inventados en la ciudad alemana de Nuremberg, lo que permitía la construcción de relojes portátiles. De esta época viene la fama de Ginebra como célebre centro relojero.

El avance del reloj había sido importante, aunque quedaban cuestiones sin resolver como el desgaste de las piezas y la consiguiente inexactitud en la medición del tiempo. Este aspecto logró ser modificado por Nicolás Faccio en 1704, utilizando rubíes y zafiros como pivotes de los mecanismos de los relojes. Hoy día, contamos con una inusual variedad de tipos y calidades de relojes: artesanales, eléctricos, cronómetros, despertadores, de pulsera, atómicos, digitales, etc.

EL RELOJ MUDO DEL PATIO DEL HOSPITAL DE SANTIAGO.


Por el historiador Gines Torres Navarrete, sabemos que este reloj, proviene de las Antiguas Casas Consistoriales y se supone que se creò tras la edificación del citado inmueble. En 1873 y tras el traslado de las Casas del Concejo al Palacio de las Cadenas; el citado reloj se traslada al frontal de la Capilla del Hospital de Santiago.

En 1980, tras el cierre definitivo del edificio, como casa de caridad y centro religioso; el reloj del patio y las campanas de las torres traseras ya no funcionan, ojalá el actual equipo de gobierno le vuelva dar vida al reloj y a las campanas de las torres de la antigua capilla (hoy auditorio) para que marquen las horas y los acontecimientos culturales que se desarrollan en el antiguo Hospital de Santiago.



Fachada de la Capilla del Hospital de Santiago, antes de su desafortunada restauración. Foto Gabriel Delgado Juan.

El avance del reloj había sido importante, aunque quedaban cuestiones sin resolver como el desgaste de las piezas y la consiguiente inexactitud en la medición del tiempo. Este aspecto logró ser modificado por Nicolás Faccio en 1704, utilizando rubíes y zafiros como pivotes de los mecanismos de los relojes. Hoy día, contamos con una inusual variedad de tipos y calidades de relojes: artesanales, eléctricos, cronómetros, despertadores, de pulsera, atómicos, digitales, etc.

EL RELOJ MUDO DEL PATIO DEL HOSPITAL DE SANTIAGO.


Por el historiador Gines Torres Navarrete, sabemos que este reloj, proviene de las Antiguas Casas Consistoriales y se supone que se creò tras la edificación del citado inmueble. En 1873 y tras el traslado de las Casas del Concejo al Palacio de las Cadenas; el citado reloj se traslada al frontal de la Capilla del Hospital de Santiago.

En 1980, tras el cierre definitivo del edificio, como casa de caridad y centro religioso; el reloj del patio y las campanas de las torres traseras ya no funcionan, ojalá el actual equipo de gobierno le vuelva dar vida al reloj y a las campanas de las torres de la antigua capilla (hoy auditorio) para que marquen las horas y los acontecimientos culturales que se desarrollan en el antiguo Hospital de Santiago.

 

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