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Patio del Hospital de Santiago y Fachada de la Capilla. Foto de Tomi Barrionuevo. En la Actualidad |
Juan Ángel López Barrionuevo
A quienes nos ha tocado vivir en el siglo XX,
y las primeras décadas de este siglo XXI, nos puede parecer que la medida del
tiempo siempre ha consistido en mirar el aparato de mecanismo artificioso que
se suele llevar como pulsera. Es un gesto que se ha hecho familiar. Si acaso el
reloj se para - cosa muy rara en los últimos tiempos - conectamos la radio. En
medio de la programación, entre noticias y música, se oyen varios pitidos
breves seguidos de otro más largo. Esa es la hora en punto, exacta, que entrega
la señal horaria que trasmite el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la
Armada de Chile
La medida del tiempo y, sobre todo, la
utilización de relojes como los actuales se ha logrado tras muchos siglos de
trabajos, estudios y de pruebas con aparatos de muy diversos tipo.
Así desde tiempo inmemorial, el hombre ha
tratado de contabilizar el paso del tiempo para organizar nuestra vida y
ordenar nuestro destino. Las civilizaciones antiguas lo hacían ligándolo a la
alternancia del día y de la noche, así como a los ciclos de la Luna. Pero poco
a poco el ingenio de nuestros antepasados fue creando aparatos capaces de
fraccionar los períodos de luz y tinieblas con exactitud creciente.
Primero fue el reloj solar, que indicaba los
momentos del día gracias al movimiento de la sombra del Sol sobre una
superficie plana, con un cuadrante. Los arqueólogos descubrieron que los chinos
lo usaron unos 3.000 años antes de Cristo, empleándolo también los egipcios y
los incas. Claro que éste no funcionaba de noche ni en días muy nublados, y
tampoco en el crepúsculo o el amanecer. Además, los cuadrantes tenían que
modificarse según las diferentes latitudes terrestres por variar la inclinación
de los rayos solares, y la medición en general no era muy segura porque la
duración de los días es distinta en cada época del año. Relojes de sol
similares lo encontramos en Úbeda, en numerosos inmuebles como el Hospital de
Santiago, Convento de la Victoria, Casas del Concejo, Iglesia de San Nicolás,
Iglesia de El Salvador…
Alrededor del siglo III de nuestra era, cuando
el hombre pudo por fin dominar el arte de la elaboración del vidrio, apareció
por fin el hoy famoso reloj de arena, con dos recipientes unidos por una
estrecha garganta. La arena debía estar completamente seca y encontrar mecanismos
que impidiera humedecerse, puesto que sin estos requisitos el reloj de arena ya
no funcionaba normalmente.
Bastante tiempo hubo que esperar para que las
maquinarias comenzaran su reinado. Hacia el año 1300 estos mecanismos ya eran
habituales en los relojes de algunas iglesias europeas, al punto que el reloj
de este tipo más antiguo que se conserva todavía en buen estado de
funcionamiento es el de la Catedral de Salisbury, Inglaterra, instalado en el
año 1386.
Sin embargo, el reloj de pesas ganaría
eficiencia con el descubrimiento de la Ley del Péndulo, enunciada por Galileo
Galilei hacia el año 1600. Gracias a esto, el matemático y físico holandés
Christian Huyghens aplica el péndulo en los relojes con curva cicloidal en
1650, aplicando este sistema sobre un reloj de pared.
Ya entonces, sin embargo, habían pasado unos
cien años desde los primeros relojes a cuerda inventados en la ciudad alemana
de Nuremberg, lo que permitía la construcción de relojes portátiles. De esta
época viene la fama de Ginebra como célebre centro relojero.
A quienes nos ha tocado vivir en el siglo XX,
y a principios de este tercer milenio, nos puede parecer que la medida del
tiempo siempre ha consistido en mirar el aparato de mecanismo artificioso que
se suele llevar como pulsera. Es un gesto que se ha hecho familiar. Si acaso el
reloj se para - cosa muy rara en los últimos tiempos - conectamos la radio. En
medio de la programación, entre noticias y música, se oyen varios pitidos
breves seguidos de otro más largo. Esa es la hora en punto, exacta, que entrega
la señal horaria que trasmite el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la
Armada de Chile
La medida del tiempo y, sobre todo, la
utilización de relojes como los actuales se ha logrado tras muchos siglos de
trabajos, estudios y de pruebas con aparatos de muy diversos tipo.
Así desde tiempo inmemorial, el hombre ha
tratado de contabilizar el paso del tiempo para organizar nuestra vida y
ordenar nuestro destino. Las civilizaciones antiguas lo hacían ligándolo a la
alternancia del día y de la noche, así como a los ciclos de la Luna. Pero poco
a poco el ingenio de nuestros antepasados fue creando aparatos capaces de
fraccionar los períodos de luz y tinieblas con exactitud creciente.
Primero fue el reloj solar, que indicaba los
momentos del día gracias al movimiento de la sombra del Sol sobre una
superficie plana, con un cuadrante. Los arqueólogos descubrieron que los chinos
lo usaron unos 3.000 años antes de Cristo, empleándolo también los egipcios y
los incas. Claro que éste no funcionaba de noche ni en días muy nublados, y
tampoco en el crepúsculo o el amanecer. Además, los cuadrantes tenían que
modificarse según las diferentes latitudes terrestres por variar la inclinación
de los rayos solares, y la medición en general no era muy segura porque la
duración de los días es distinta en cada época del año. Relojes de sol
similares lo encontramos en Úbeda, en numerosos inmuebles como el Hospital de
Santiago, Convento de la Victoria, Casas del Concejo, Iglesia de San Nicolás,
Iglesia de El Salvador…
Alrededor del siglo III de nuestra era, cuando
el hombre pudo por fin dominar el arte de la elaboración del vidrio, apareció
por fin el hoy famoso reloj de arena, con dos recipientes unidos por una
estrecha garganta. La arena debía estar completamente seca y encontrar
mecanismos que impidiera humedecerse, puesto que sin estos requisitos el reloj
de arena ya no funcionaba normalmente.
Bastante tiempo hubo que esperar para que las
maquinarias comenzaran su reinado. Hacia el año 1300 estos mecanismos ya eran
habituales en los relojes de algunas iglesias europeas, al punto que el reloj
de este tipo más antiguo que se conserva todavía en buen estado de
funcionamiento es el de la Catedral de Salisbury, Inglaterra, instalado en el
año 1386.
Sin embargo, el reloj de pesas ganaría
eficiencia con el descubrimiento de la Ley del Péndulo, enunciada por Galileo
Galilei hacia el año 1600. Gracias a esto, el matemático y físico holandés
Christian Huyghens aplica el péndulo en los relojes con curva cicloidal en
1650, aplicando este sistema sobre un reloj de pared.
Ya entonces, sin embargo, habían pasado unos
cien años desde los primeros relojes a cuerda inventados en la ciudad alemana
de Nuremberg, lo que permitía la construcción de relojes portátiles. De esta
época viene la fama de Ginebra como célebre centro relojero.
El avance del reloj había sido importante,
aunque quedaban cuestiones sin resolver como el desgaste de las piezas y la
consiguiente inexactitud en la medición del tiempo. Este aspecto logró ser
modificado por Nicolás Faccio en 1704, utilizando rubíes y zafiros como pivotes
de los mecanismos de los relojes. Hoy día, contamos con una inusual variedad de
tipos y calidades de relojes: artesanales, eléctricos, cronómetros,
despertadores, de pulsera, atómicos, digitales, etc.
EL RELOJ MUDO DEL PATIO DEL HOSPITAL DE
SANTIAGO.
Por el historiador Gines Torres
Navarrete, sabemos que este reloj, proviene de las Antiguas Casas
Consistoriales y se supone que se creò tras la edificación del citado inmueble.
En 1873 y tras el traslado de las Casas del Concejo al Palacio de las Cadenas;
el citado reloj se traslada al frontal de la Capilla del Hospital de Santiago.
En 1980, tras el cierre definitivo del edificio, como casa de caridad y centro
religioso; el reloj del patio y las campanas de las torres traseras ya no
funcionan, ojalá el actual equipo de gobierno le vuelva dar vida al reloj y a
las campanas de las torres de la antigua capilla (hoy auditorio) para que
marquen las horas y los acontecimientos culturales que se desarrollan en el
antiguo Hospital de Santiago.
Fachada de la Capilla del Hospital de Santiago, antes de su desafortunada restauración. Foto Gabriel Delgado Juan.
El avance del reloj había sido importante,
aunque quedaban cuestiones sin resolver como el desgaste de las piezas y la
consiguiente inexactitud en la medición del tiempo. Este aspecto logró ser
modificado por Nicolás Faccio en 1704, utilizando rubíes y zafiros como pivotes
de los mecanismos de los relojes. Hoy día, contamos con una inusual variedad de
tipos y calidades de relojes: artesanales, eléctricos, cronómetros,
despertadores, de pulsera, atómicos, digitales, etc.
EL RELOJ MUDO DEL PATIO DEL HOSPITAL DE
SANTIAGO.
Por el historiador Gines Torres
Navarrete, sabemos que este reloj, proviene de las Antiguas Casas
Consistoriales y se supone que se creò tras la edificación del citado inmueble.
En 1873 y tras el traslado de las Casas del Concejo al Palacio de las Cadenas;
el citado reloj se traslada al frontal de la Capilla del Hospital de Santiago.
En 1980, tras el cierre definitivo del edificio, como casa de caridad y centro
religioso; el reloj del patio y las campanas de las torres traseras ya no
funcionan, ojalá el actual equipo de gobierno le vuelva dar vida al reloj y a
las campanas de las torres de la antigua capilla (hoy auditorio) para que
marquen las horas y los acontecimientos culturales que se desarrollan en el
antiguo Hospital de Santiago.
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